miércoles, 27 de diciembre de 2017

Los hechos son tozudos

Gaitán decía que el hambre no es liberal ni conservadora.

Así es, en efecto: el hambre es un hecho, uno de los más apremiantes que afectan la existencia humana, cuando no el que más. Razón tenía Marx al afirmar que la primera necesidad del hombre es asegurar su existencia. Lo demás viene por añadidura.

No obstante lo perentorio del hecho, otra cosa es la manera de enfrentarlo y resolverlo, que da lugar a una gran diversidad de opiniones.

Hace cosa de algo más de medio siglo esas opiniones podían englobarse en dos grandes categorías: las capitalistas y las socialistas.

Tal como se daban las circunstancias, en las diferentes latitudes podía debatirse en ese entonces acerca de los respectivos méritos y desventajas de unas y otras. Pero la crisis del socialismo en sus diversas tendencias a fines del siglo pasado hace pensar que la vía más adecuada para lograr el crecimiento económico que hace posible el mejoramiento de la calidad de vida de las grandes masas no es otra que la del capitalismo, entendido a partir de la propiedad privada de los medios de producción, la libre empresa y la economía de mercado.

Hace algunos días me permití poner en circulación entre los destinatarios de este blog una excelente presentación que hizo el profesor Juan David García Vidal acerca de las lecciones de los países exitosos, en la que muestra de modo contundente que los que han optado por los esquemas  capitalistas son los que mejores logros han obtenido en la lucha contra la pobreza, mientras que los que perseveran en el socialismo mantienen a sus comunidades al borde de la miseria.

El caso de Venezuela es elocuente e invita a reflexionar a fondo sobre los caminos equivocados por los que transitan demagogos, aventureros, parlanchines y nefelibatas de variados pelambres, que prometen el oro y el moro para terminar sometiendo a los pueblos a los rigores de la indigencia.

Pero la fórmula capitalista de la propiedad privada, la libre empresa y la economía de mercado no obra por sí sola los prodigios de la abundancia y su proyección sobre el ser humano común y corriente. También este puede resultar lesionado por ella si no se la acompaña de correctivos institucionales e incluso culturales que orienten la actividad económica hacia fines socialmente  necesarios.

En un reportaje que le hizo esta semana Fernando Londoño Hoyos en "La Hora de la Verdad" a Óscar Iván Zuluaga, este puso énfasis en la educación como requisito indispensable para obtener metas satisfactoria de desarrollo social. Una educación de calidad y adaptada a las necesidades del país es el mejor instrumento para mejorar las condiciones de vida de las personas, siempre y cuando venga acompañada de políticas que estimulen la creación de nuevos y bien remunerados empleos, para que no suceda lo que en otros países que, si bien producen profesionales y técnicos a granel, los tienen desocupados o sirviendo destinos para los que su preparación resulta supeflua. Es el caso de Cuba, cuya débil economía no les ofrece a sus ingenieros los empleos para los que estudiaron.

Me decía mi colega en Chile, el embajador de Corea del Sur, que su país sufrió muchísimo a lo largo del siglo pasado y sus padres entendieron que solo a través de la disciplina y la educación podrían aliviar las penurias que los afligían. Hace medio siglo Corea del Sur era más pobre que Colombia. Hoy es una potencia económica. Hubo una generación que entendió los retos pertinentes y los superó con creces. 

Nosotros, hoy, debemos aprender esas lecciones adoptando, como reclamaba hace años Alberto Lleras Camargo, un propósito nacional o, mejor dicho, varios propósitos. Uno de ellos, obviamente, debe centrarse en la educación.

Pero hay otros. En Chile tuve oportunidad de relacionarme con los creadores del plan para erradicar la desnutrición.  En el transcurso de una generación, los chilenos lo lograron, asumiendo los costos que ello implicaba bajo el supuesto de que para el país resultaba muchísimo más oneroso mantener una población con elevados índices de desnutrición. A Allende le presentaron el plan, pero él no lo entendió. En cambio, la Junta Militar que presidía Pinochet sí supo comprenderlo y ponerlo exitosamente en práctica.

Qué deplorable contraste con lo que sucede hoy entre nosotros, cuando Fernando Londoño Hoyos denuncia que la tercera parte de la población colombiana está pasando hambre y los programas de alimentación de los niños en las escuelas están en manos de validos de políticos rapaces que cobran $ 40.000 por cada pechuga de pollo que sirven como ración.

Preocupa que según las encuestas unos porcentajes importantes del electorado parezcan inclinarse por candidatos izquierdistas o criptoizquierdistas que adolecen de escasa formación económica y, por consiguiente, no tienen claridad acerca de cómo promover el crecimiento que es condición ineludible del desarrollo social. El hoy beato Pablo VI decía que "el desarrollo es el nuevo nombre de la paz", pero hay que agregar que sin crecimiento no hay desarrollo. Este implica que haya adecuada distribución de los frutos de aquel, pero siempre y cuando, desde luego, resulten esos frutos.

La economía puede abordarse desde presupuestos ideológicos, lo cual la condena al fracaso, o desde una adecuada percepción de los hechos sociales, lo que implica adoptar altas dosis de pragmatismo. Así lo entendió Deng Xiao Pin, el arquitecto de la impresionante transformación de China a fines del siglo pasado, cuando adoptó este lema: "No importa si el gato es negro o blanco; lo que interesa es que cace ratones".

Recuerdo un escrito de Raymond Aron que leí hace años, en el que el más ilustre de los pensadores liberales del siglo XX decía que las economías modernas deben lidiar con lo que él llamaba una "fatídica trinidad". Todas aspiran a tasas de crecimiento aceleradas que a la vez garanticen el pleno empleo con remuneración adecuada e índices de precios estables que aseguren el acceso de los consumidores a los bienes y servicios que demandan sus necesidades. Pero resulta en extremo difícil, por no decir imposible, lograr resultados óptimos a la vez en esos tres escenarios. Solo la habilidad política logra equilibrios aceptables entre ellos.

De ahí que Bismarck, un conservador decimonónico que promovió acciones que sirvieron de antecedente del Estado de Bienestar o Estado Providencia del siglo XX, dijera que la política es el arte de lo posible.

Uno se pregunta si las Farc y sus compañeros de ruta que aspiran a la toma del poder dizque para la "refundación de Colombia" entienden estas realidades contundentes que chocan con sus delirios ideológicos. 

La conocida frase de Lenin que sirve de título de este escrito debería invitarlos a reflexionar. Su programa no asegura, como creía Marx, el tránsito del Reino de la Necesidad al Reino de la Libertad, sino, muy probablemente, un verdadero "descensus ad inferos", pero sin esperanza alguna de redención.






domingo, 17 de diciembre de 2017

¿Hay razones para creer?

Es evidente que los cristianos y, en especial, los católicos albergamos creencias que desafían la racionalidad científica y, por consiguiente, resultan difíciles de entender y aceptar para aquellos que dicen que solo se fían de lo que las ciencias positivas tengan por bien establecido.

No faltan los que se mofan de la idea de que una virgen haya concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y exijan, siguiendo a Hume, pruebas extraordinarias para los hechos extraordinarios en que se funda nuestra fe.

Pero esas pruebas extraordinarias existen, están bien documentadas y son contundentes.

La primera de ellas la encontramos en la excelencia de la doctrina moral del cristianismo, cuya contemplación llevó a un pensador de la talla de Bergson a afirmar que solo un Dios podría haber concebido el Sermón de la Montaña. Tal como lo muestra Mgr.  Osterreicher en su libro "Siete Filósofos Judíos Encuentran a Cristo", nada menos que el propio Henri Bergson, Edmond Husserl, Adolf Reinach, Max Scheler, Paul Landsberg, Max Picard y Edith Stein se suman a muchísimos otros intelectuales de renombre al declararse convencidos de la divinidad de Cristo en virtud del sublime contenido de sus enseñanzas. 

Como los hombres tendemos a hacernos los sordos ante la Palabra de Dios, esta se afirma mediante signos visibles, los que llamamos milagros, de los que se ocupa un interesante libro de Pierre Delooz que lleva precisamente por título "Los Milagros, ¿un desafío para la ciencia?", en el que se hace un recuento de los cerca de mil doscientos milagros aprobados en el marco de las beatificaciones y canonizaciones de la Iglesia Católica (Ed. Andrés Bello, Santiago, 2000).

El mayor de los milagros es la resurrección de Cristo. Lee Strobel, un galardonado editor de temas legales del Chicago Tribune, molesto por la conversión de su esposa, se dedicó a escudriñar con ojo crítico los testimonios sobre la vida de Cristo, con el ánimo de convencer a su cónyuge del camino equivocado que había emprendido. Tuvo que rendirse ante las evidencias y terminó no solo convirtiéndose él mismo, sino abandonando su brillante carrera como periodista de investigación para abrazar el oficio de pastor de la iglesia bautista. Su historia puede leerse en "El caso de Cristo, una investigación personal de un periodista de la evidencia de Jesús", publicado por Editorial Vida en Miami en 2014. El libro ha figurado como "best-seller" en los registros de The New York Times y se consigue fácilmente en Amazon.

A los escépticos les convendría ocuparse de la Sábana Santa de Turín, que ofrece serios motivos de credibilidad acerca de que constituye el auténtico envoltorio del cadáver de Cristo y el registro de su muerte y resurrección. Sobre el tema hay abundantísima bibliografía, en la que se destaca "El Misterio de la Sábana Santa", de Pierluigi Balma Balloni (Algaida Editores, Sevilla, 2009). Y para mayor abundamiento, podrían estudiar los casos del Sudario de Oviedo y el Velo de Manoppello, sobre los que hay dos libros muy bien refrenciados, en su orden, de José Manuel Rodríguez Almenar y Paul Badde.

Este último escribió, además, una obra de obligada referencia, "Maria of Guadalupe: shaper of history, shaper of hearts" (Ignatius Press, San Francisco, 2008), sobre la más importante de las apariciones marianas, pues de ella queda registro vivo en la tilma milagrosa que se venera en México. 

Yves Chiron publicó hace algún tiempo su "Enquête sur les apparitions de la Vierge" (Le Grand Livre du Mois, Paris, 1985), dentro de las que hay que destacar, además, las de Lourdes y de Fátima. 

La primera es famosa por las curaciones inexplicables desde el punto de vista médico que se han producido en visitantes del santuario que lleva su nombre, de una de las cuales dio fe en "Viaje a Lourdes" Alexis Carrel, quien fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina. Menos conocido, pero no menos elocuente, es el testimonio de Franz Werfel, gran escritor judío y tercer esposo de Alma Mahler, quien huyendo de la persecución nazi tuvo que refugiarse cerca de Lourdes, en donde tuvo conocimiento de los pormenores de la historia de las apariciones. Para cumplir su promesa de escribir sobre el tema si lograba salvarse de los nazis, publicó poco después, en Estados Unidos, un bellísimo libro, "La Canción de Bernadette: Historia de las Apariciones de la Virgen de Lourdes", (Ediciones Palabra, Madrid, 2010), que sirvió de base para una también preciosa película que se filmó en 1943 y puede conseguirse en DVD en el mercado doméstico o verse en youtube a través del siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=oBkmhAGohBc

Sobre Fátima, me limito a mencionar el "Milagro del Sol", presenciado por varias decenas de miles de personas el 13 de octubre de 1917 y sobre el cual hay registro gráfico (Vid. https://www.youtube.com/watch?v=Uk-xvGH84nk).

¿Y qué decir de las lacrimaciones de Akita, que divulgó la televisión japonesa y pueden verse también en  el siguiente enlace de youtube: https://www.youtube.com/watch?v=8fqIljKIO3o ?

El tema de los Milagros Eucarísticos ha sido estudiado a fondo por el Profesor Ricardo Castañón Gómez Ph.D. en su libro "Más allá de la Razón...un diálogo de complementariedad entre la Ciencia y la Fe", publicado en Bolivia en 2009 por el Centro Internacional de Estudios Para La Paz. Sus impresionantes descubrimientos están al alcance de todos en https://www.youtube.com/results?search_query=milagros+eucar%C3%ADsticos+-+dr.+ricardo+casta%C3%B1%C3%B3n.

Pero más importantes que estos signos visibles, son los que podríamos llamar "milagros interiores", tales como los fenómenos de conversión que experimentaron Paul Claudel y muchísimos más, entre los que destaco a Manuel García Morente, el célebre filósofo español, autor de unas memorables "Lecciones Preliminares de Filosofía" que han servido a varias generaciones de estudiantes como guía para iniciarse en el estudio de tan excelsa disciplina. Sobre esta edificante conversión puede documentarse el lector en http://www.fluvium.org/textos/lectura/lectura9.htm.

Milagros interiores son también los cambios radicales de vida que muchos hemos experimentado y solo podemos atribuírlos a la acción providente y misericordiosa de la gracia de Dios. A quien desee conocer más sobre el asunto, le recomiendo que lea el libro de Joseph Kessel, "Alcohólicos Anónimos", publicado por Plaza y Janés en Barcelona en 1969, o se acerque a pedir literatura disponible en las Oficinas de Servicios Generales de A.A.

Leí hace poco en Crisis Magazine un acertado artículo de Anthony  Esolen que lleva por título "A Response to Enemies of the Faith", en el que observa que, a diferencia de los críticos de antaño que se tomaban el trabajo de estudiar los fundamentos de nuestras creencias religiosas antes de combatirlas, los de hoy suelen ignorarlos, de suerte que hablan sobre lo que no saben. Tal el caso de Dawkins, al tenor de las declaraciones que dio para la prensa capitalina a raíz de su reciente visita a Colombia. El artículo de Esolen puede leerse en http://www.crisismagazine.com/2017/engine-of-ridicule.

domingo, 10 de diciembre de 2017

Mucho ruido y pocas nueces

El Tiempo publicó la semana pasada una reseña sobre el debate que tuvo lugar en la Universidad Javeriana entre el padre Gerardo Remolina S.J. y el conocido promotor del ateísmo Richard Dawkins (vid. http://www.eltiempo.com/vida/educacion/charla-de-gerardo-remolina-y-richard-dawkins-sobre-existencia-de-dios-158516).

Al tenor de la referida publicación, los planteamientos de Dawkins no fueron más allá de lo que usualmente se conoce acerca del conflicto entre la concepción cientificista del mundo y las distintas concepciones religiosas, centrados esta vez, al parecer, en su crítica al fundamentalismo religioso, principalmente de tipo protestante que agudiza dicho conflicto a partir de una interpretación literal de la Biblia que hace hincapié en el creacionismo y niega los datos de la evolución. 

Dawkins goza de merecida fama como divulgador de temas científicos, especialmente en lo que concierne a la biología, y encarnizado crítico de las ideas religiosas. Pero no es un teólogo, como tampoco, strictu sensu, un filósofo. Pertenece a esa categoría que en su momento identificó Ortega y Gasset como de especialistas que se amparan en sus conocimientos científicos para proyectarse más allá de lo que los mismos autorizan, a través de generalizaciones mal fundadas en los rigurosos métodos de las ciencias experimentales.

Estas, por supuesto, han modificado sustancialmente las ideas que tenemos sobre nosotros mismos y las realidades que nos circundan. Es claro que nuestras concepciones sobre el mundo no pueden ser las mismas de las épocas pre-científicas y que no pocas ideas tradicionales, incluso de tipo religioso, sufren el influjo a veces demoledor de los resultados establecidos por la ciencia. Pero esta adolece de distintas limitaciones, sus hipótesis no dejan de ser provisorias y dan lugar a un muy amplio margen abierto a la especulación racional e incluso a la imaginación.

La ciencia sustenta, en los términos de Dilthey, una o varias concepciones posibles del mundo. Menciono a ese eminente filósofo alemán del siglo XIX para llamar la atención acerca de lo siguiente: las concepciones del mundo no son estrictamente racionales, pues se nutren de distintos ingredientes que de hecho pueden ser míticos y, en los tiempos que corren, ideológicos.

El padre Remolina puso, en efecto, el dedo en esa llaga: hay cierta mitología de la ciencia, de la racionalidad, de las evidencias empíricas. Las ciencias se definen por las parcelas de la realidad a cuyo examen metódico se aplican. Esas parcelas trazan sus límites, así como las condiciones de validez de sus métodos. Cuando se exceden esos límites ya no se está en el terreno estrictamente científico, sino en el de las meras opiniones o el de las ideas filosóficas.Y como bien se sabe, además, toda ciencia particular supone ciertos presupuestos metafísicos que ella misma no sustenta.

Hay historiadores de la ciencia occidental que plantean que esta no se habría podido desarrollar  sin el clima que había creado la metafísica cristiana, que afirmaba la idea de un orden racional del universo fundado en Dios. Descartes mismo no pudo prescindir de Dios como garante de las verdades accesibles a nuestro entendimiento. Y Newton, por su parte, basaba en Él la confianza en que las órbitas planetarias mantuvieran su regularidad.

Hubo, es cierto, un paso posterior tendiente a excluir la idea de Dios de la explicación científica. Se atrevió a darlo, entre otros, Laplace, que al dar respuesta a Napoleón sobre el papel que le correspondía a Dios en la explicación de su sistema astronómico le dijo que la de Dios era una hipótesis innecesaria.

Dawkins permanece en la idea de Laplace. Nada nuevo aporta. Afirma a pie juntillas que nada tuvo que ver con el "Big Bang", ni con el origen y la evolución de la vida, ni con la configuración de la conciencia, y que la suya es una idea del todo desdeñable cuando se trata de explicar la existencia humana y su destino final. Se identifica con Searle, quien proclama que somos "bestias biológicas" y todo lo que nos concierne tiene que examinarse solo a la luz de la teoría cuántica de la materia y la de la evolución de signo darwiniano.

Pero no todos los científicos ni quienes se ocupan de la enseñanza y la divulgación de la ciencia opinan de la misma manera.

Menciono al azar tres casos. Primero, el de Camilo Flammarion, astrónomo como Laplace, que se dedicó además a investigar a fondo las manifestaciones de lo que llamamos el mundo sobrenatural y llegó a la conclusión de que habitamos en un medio psíquico que nos resulta difícil entender, pero ahí está. Segundo, el de Claude Tresmontant, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo según Guy Sorman, profesor de filosofía de la ciencia en La Sorbona y  merecedor del Gran Premio de la Academia de Moral y Ciencia Política por todas sus obras en 1987, quien escribió un texto luminoso: "Cómo se plantea hoy el problema de la existencia de Dios". Tercero, el de Charles Tart, que coronó más de medio siglo de investigación y enseñanza científicas con "The End of Materialism", que mantengo a la mano prácticamente como libro de cabecera.

Se habla del "Big Bang" olvidando que es una hipótesis propuesta por un jesuíta belga, fundada en observaciones astronómicas y análisis matemáticos, la cual deja abierta la cuestión de cómo se produjo el impulso inicial, y en sana lógica no solo no excluye la idea de un creador, sino que incluso la sugiere. Dawkins afirma que seguramente la ciencia terminará ofreciéndonos alguna explicación satisfactoria sobre el origen de la vida, que es cuestión todavía no resuelta. Supongamos que sea válida la hipótesis de Oparin acerca de una síntesis que se produjo en el fondo del mar por obra de radiaciones cósmicas. ¿Excluye la acción creadora de Dios? ¿Fue algo fortuito o, más bien, sugiere un designio inteligente? ¿Y qué decir de lo que Teilhard de Chardin denominaba "el fenómeno humano"? ¿De dónde procede la conciencia, irreductible a su soporte biológico y que ya en ciertos medios tiende a considerarse anterior al mismo?

Tresmontant, que no era propiamente un ignorante ni un charlatán, va al fondo metafísico del asunto, a partir de la distinción entre el ser necesario y eterno y el ser contingente y finito. Si, según enseñan los físicos, el universo material que conocemos por medio de los sentidos tuvo origen en el tiempo y tendrá fin en un día que se cree que será muy lejano al nuestro por obra de las leyes de la termodinámica, ese no es el ser necesario y eterno que postula el pensamiento racional, ese que no puede no ser.

Acá hay que traer a cuento a Voltaire, para quien el gran mecanismo de relojería que nos ofrecía Newton solo era explicable en función de un gran relojero, es decir, de una inteligencia superior. Hawkins y Dawkins pretenden que ese gran relojero es el átomo primordial, transformado por el segundo en el gen primordial.

El pensamiento cientificista podría triunfar sobre todo pensamiento religioso si lograra demostrarnos de modo convincente que solo hay un universo, el material accesible a los sentidos; que no hay, por consiguiente, un universo sobrenatural, los "otros mundos que habitan en este", según decía poéticamente Paul Éluard; que no obran interacciones entre unos y otros;  y que no hay supervivencia de la conciencia humana después de la muerte, la "vida después de la vida" que ha explorado el Dr. Raymond Moody a partir de sus experiencias clínicas.

Llama, en fin, la atención la actitud poco científica de Dawkins respecto de la Biblia y, en general, del hecho religioso. Acá lo contrasto también con Tresmontant, que a más de profundo conocedor del mundo de la ciencia, dominaba todo lo concerniente a dicho libro sagrado y sabía discernir la complejidad de los asuntos que se tratan en el mismo. 

¿Puede uno considerar como malvado y corruptor lo que dice el Evangelio acerca de los mandamientos supremos de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo? ¿Hay alguna enseñanza maligna a partir de parábolas como la del Buen Samaritano o la del Hijo Pródigo, que en realidad debería llamarse la del Padre Bueno? ¿No ha dotado el Evangelio de una fuerza espiritual a nuestra civilización, como lo pusieron de presente destacados intelectuales ingleses como Hilaire Belloc, Gilbert Keith Chesterton o Chistopher Dawson, fuerza que tiende a disiparse debido a la prédica corrosiva de personajes tan miopes y gárrulos como Richard Dawkins?

Remato con la observación que alguna vez escuché de labios de un distinguido sacerdote: ¿Por qué les resulta Dios tan molesto a estos individuos? ¿Será porque, como lo  puso en boca de Iván Karamazov ese genio que fue Dostoiewsky, "Si Dios no existe, todo nos está permitido"? ¿Es el nihilismo que se disfraza con la vestiduras de la ciencia?


lunes, 4 de diciembre de 2017

La Rifa del Tigre

No otra cosa se ganará el que resulte triunfador en las próximas elecciones presidenciales, pues el legado de Santos no podría ser más ruinoso: un país moral y anímicamente destruído, con su institucionalidad hecha trizas y su economía desquiciada, naufragando en medio de un mar de coca y con una delincuencia ensoberbecida.

La gran tarea que le espera al próximo presidente es la reconstrucción del tejido comunitario, que Santos dejará en hilachas. Y para ello tendrá que contar con sólidas mayorías electorales que le garanticen en el congreso, en los partidos, en los medios, en los círculos dirigentes y en los distintos escenarios colectivos la gobernabilidad que se requiere para superar la crisis en que ya estamos inmersos.

Son muchos los asuntos de extrema gravedad que será menester que se afronten en procura de enderezar el rumbo que llevamos.

Por supuesto que en la agenda figura en primerísimo lugar lo que atañe al NAF. Su implementación es imposible, porque el país no la quiere y, además, desde todo punto de vista le resultaría enormemente perjudicial, así fuese tan solo desde el punto de vista financiero. Nuestros agotados recursos fiscales no dan para cumplir los compromisos que irresponsablemente se acordaron con las Farc, que mal contados representan quizás unos diez billones de pesos anuales a lo largo de una década. Pero hay otros temas no menos importantes que ameritan revisarse.

El que se comprometa a implementar el NAF no sabe en qué cenagal va a hundirse. Pero la alternativa de revisarlo tampoco es fácil, pues implica definir qué puede mantenerse del mismo y qué debe corregirse, así como el sentido en que conviene hacerlo. E inexorablemente habrá que llegar a nuevos acuerdos con las Farc, si se quiere emprender algo viable.

Una apabullante derrota electoral de los partidarios del régimen de transición que promueven las Farc servirá para convencerlas de la necesidad de que se acoplen a la idea de una verdadera democracia pluralista y abandonen sus ínfulas hegemónicas en pro de una delirante "refundación de Colombia" al estilo de los modelos castrochavistas.

El NAF exhibe muchísimos defectos de los que la opinión pública ya se está percatando. Pero el más grave de todos radica en que, en lugar de abrir la posibilidad de que en nuestro escenario político juegue una tendencia social-demócrata civilizada y razonable, se le están otorgando privilegios exorbitantes a un grupo que, como lo he dicho en múltiples ocasiones, está animado por un proyecto totalitario y liberticida. 

Las Farc no han evolucionado ideológicamente, al menos para mejorar en su apreciación de las realidades del mundo actual. Es posible que sus tácticas hayan cambiado, pero el núcleo de su doctrina permanece siendo el mismo. Son comunistas recalcitrantes y gozan en virtud del NAF de ventajas que los demás sectores de la opinión no tienen. Si se instaura el gobierno de transición que predican, su hegemonía se hará sentir más temprano que tarde.

Lo que Colombia necesita no es ese gobierno de transición, sino uno de contención de los desaforados apetitos de las Farc. 

Cómo bajar por las buenas a sus capos del coche en que ya los encaramó Santos, he ahí el detalle.